"El triunfo del No en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, realizado luego de cinco años de protestas callejeras, cacerolas retumbando en la noche, nuevos arrestos, tres opositores degollados, otros quemados vivos y otros ametrallados en sus casas, obligó al general Pinochet a ceder una cuota importante del poder. Abandonó el sillón presidencial del Palacio de la Moneda, cruzó la Alameda y se instaló en la Comandancia del Ejército, donde quedó al mando de las Fuerzas Armadas. Más tarde se convertiría en senador vitalicio del Congreso que había ordenado clausurar en 1973 y que ahora volvía a funcionar.
Al plebiscito siguió la primera elección democrática en diecisiete años y ganó el candidato de una concertación de partidos que se habían opuesto a la dictadura. Fue entonces cuando entre la Concertación, los militares y el mundo civil pinochetista se llegó a un acuerdo tácito: no se enjuiciaría al Comandante en Jefe por su responsabilidad en los crímenes cometidos y, en ese primer tramo hacia la recuperación democrática, tampoco se tocarían los enclaves autoritarios comtemplados en la Constitución de 1980. La memoria de su gobierno estaba manchada, era cierto, pero había otra cuenta que sacar, mucho más alegre y aplaudida por la comunidad internacional, que nadie estuvo dispuesto a poner en tela de juicio: la aplicación de una política libremercadista, que se insertaba perfectamente bien en los tiempos de globalización de las economías mundiales, había dejado a Chile en una situación económica envidiada por casi todos los países del continente. Será verdad que en su gobierno se violaron los derechos humanos, pero no es menos verdad que la economía está boyante. Y no lo tocaron. Abajo quedaron los sacos de arena que apisonaron los soldados, más abajo la capa de piedras, más abajo la bandera cubriendo el cajón de pino y todavía más abajo los restos de la vieja y respetable democracia. Una pala mecánica, accionada desde un lujoso mall en lo alto de Las Condes, le echó tierra a la memoria y se dio comienzo a la transición.
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El Gobierno de la Concertación se reconcilió con las fuerzas autoritarias a ciegas, a tontas y a locas, decía Diamela Eltit , sumándose a los aparentes éxitos de un libremercadismo sin ninguna traba, que tenía a un gran porcentaje de los ciudadanos nadando en deudas, alienados por el consumismo y peligrosamente despolitizados. Además -y era muy difícil de comprender el por qué de esta imprudencia- , la Concertación dejó caer los medios de comunicación que recogían voces disidentes y sensibilidades distintas de las de la cultura neoliberal. Apsi, Cauce, Fortín Mapocho, La Época y finalmente la revista Hoy fueron quebrando, sin que la concertación les tendiera una mano, como si ya no les sirvieran. Y frases como aquella pronunciada por el ex ministro de Defensa, Edmundo Pérez Yoma: "El gobierno no reconoce diferencias éticas entre los últimos gobiernos de Chile", dejaron en el mismo plano ético a los gobiernos de Frei, Aylwin, Allende, Frei Montalva, Alessandri y Pinochet.
Así se hicieron parte y permitieron el desdibujamiento de las fronteras entre víctimas y represores, demócratas y pinochetistas, sociedad de consumidores y ciudadanía pólítica, memoria e inmediatez y a finales del año 1999 el contubernio se había extendido como una mancha de aceite por los distintos sectores del país.
En ese contexto se produjo la elección presidencial de diciembre de 1999. El candidato fuerte de la derecha, Joaquín Lavín-hombre del Opus Dei, colaborador del gobierno militar- se enfrentó al único candidato de la Concertación, Ricardo Lagos, socialista de los nuevos tiempos, cuyo efectivo y desafiante dedo apuntador del general Pinochet fue domesticado al máximo para no asustar a los militares ni al poder empresarial...Empataron en la primera vuelta, pero cómo era posible afirmar que Lavín y Lagos eran la misma cosa. Lagos y Lavín no son ni con mucho la misma cosa. ¡Por favor! gritó Pablo Azócar, yo no sé si aquellos que sostienen que dan lo mismo ambos candidatos se han puesto a pensar lo que sería un gobierno de Lavín, un gobierno del Opus Dei, un gobierno en que podrían perfectamente aparecer Sergio Fernández, Onofre Jarpa y toda una bien conocida cálifa de angelitos de la guarda. La Concertación es responsable de haber preparado este pavoroso escenario de lavinización de la política, con una estrategia de deliberada despolitización que ha llevado a la pérdida de toda mística y a la percepción aparente de que dan lo mismo unos político que otros. Pero no dan lo mismo unos y otros. Por lo pronto, en la Concertación no hay criminales, ni ha habido tortura sistemática, ni maquinaria de la muerte.
Estimada Dorada, comenzó su carta Carmen Rubilar, menos mal que vives en México, cabra, que si estuvieras en Chile, viendo lo que estoy viendo, capaz que tuvieras que salir al exilio otra vez. Se me pone la carne de gallina. Lavín empató con Lagos y dicen que es bien probable que en enero gane la segunda vuelta. Mi patrón celebró como si se hubiera repetido el golpe del 73. La señora Amelia votó en blanco, pero don Patato ya anda diciendo que por fin el país volverá a tener un gobierno decente. Y es bien probable que él mismo sea ministro. Las señoras se juntan todos los martes, para jugar a las cartas, en una de las casas; el martes pasado tocó acá y les escuché decir que si gana Lavín, don Patato va a ser nombrado ministro del Interior. Yo estoy segura de que Lagos gana en la segunda y, si estoy en lo cierto, es de esperar que su gobierno resulte mejor que el del presidente Frei, porque el desempleo es una cosa tremenda, la gente anda desesperada, totalmente deprimida, ni en los tiempos del Pem habíamos estado peor.
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Licha Muñoz abrió la ventana de su pieza y respiró profundo. El aire fresco de la noche le sentó bien. La señora Susana había invitado a veinte personas a comer esa noche. Estaba rendida. El griterío cuando anunciaron los resultados finales fue una cosa de locos. Se abrieron más de diez botellas de champán francés que don José Manuel encargaba por cajas. ¡Casi, casi, casi, y ahora a la segunda vuelta y a ganar!, gritaban celebrando. Ella estaba deprimida, no podía creer que el resultado de la elección hubiera sido ése, tan estrecho, Madre santa, si casi gana Lavín. Estaba convencida de que Lagos ganaría en primera vuelta. Una gran amargura tiñó sus pensamientos. Tanto que se había luchado para recuperar la democracia y todo para entregársela de vuelta y en bandeja a los mismos que la pisotearon sin compasión. Qué iba a importarle el pueblo a esa gente. Sentía que si Lavín llegaba a la Presidencia, los pobres quedarían completamente desamparados. Si ganaba Lagos, los ricos seguirían en sus mansiones, con su vida muelle, las señoras jugando a las cartas y arreglando jardines y los caballeros manejando sus empresas. Para ellos no cambiaría nada. Para los pobres si, cambiaría todo.
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El 16 de enero se realizó la segunda vuelta electoral. Ricardo Lagos ganó la Presidencia y sus seguidores respiraron aliviados. Se abrían amplias expectativas, tal vez ahora sí, podía ser que el malestar general cambiara a optimismo. Los lavinistas, por su parte, más que satisfechos con la honrosa derrota, emprendieron de inmediato las tareas tendientes a conservar su producto electoral intacto, para volver a presentarlo el año 2005.
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No apreciaba a la señora Teresa. No apreciaba a don Pablo. Ni a los niños. Eran terriblemente desordenados, se insolentaban con ella y la señora no les decía nada. El cabro mayor era bien atrevido y raro, a veces llegaba tarde en la noche, pasado a trago, con los ojos rojos preguntando con voz aguardentosa si estaría despierta sus mamá. Una noche salió a abrirle el portón en camisa de dormir, con el abrigo en los hombros, y el cabro -se sostenía a duras penas y andaba completamente volado - se le tiró encima y trató de agrrarle una pechuga. Marina lo apartó de un empujón y huyó despavorida a su pieza. El caballero no era de los más agradables tampoco, pasaba por su lado como si no existiera, como si no la viera, pero la veía, una vez lo escuchó decirle a la señora Teresa: ¿no hay manera de que esta nana se haga un peinado más decente? ¿Qué tenía de indecente su peinado? Siempre se había peinado con el pelo suelto. Se lo lavaba con quillay, nadie podía decir que lo tenía sucio. La señora le insinuó que se lo cortar. Te puedo llevar a una peluquería, le dijo, pero ella no quería cortarse el pelo. Tan desconfiada que era la señora Teresa y las cosas que hacía, tal vez creía que era tonta. Cuando iban sus amigas a almorzar y ella entraba al comedor, llevándoles la fuente, se ponía a hablar en inglés. Eso le dolía. Como si ella no mereciera entender sus conversaciones o, lo que era peor, como si la estuvieran pelando. Que fuera pobre no quería decir que no tuviera sentimientos.
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-Por qué diablos llamas nana a las empleadas domésticas, por qué no les dice empleada o las llamas por su nombre? ¿Para qué crees que a Marina la bautizaron Marina? No entiendo esta cursilería tan grande. ¿Qué ha pasado en este país que la gente se ha puesto tan siútica? Hasta mis hijas han caído en este lenguaje de señoritingas acomodadas, que no es más que una hipocresía institucionalizada. Mi nana para arriba, mi nana para abajo. Desde que estás viviendo en la Dehesa te has puesto igual a esas nuevas ricas que para referirse a las empleadas les dicen maids. ¿Por qué no llamas las cosas por su nombre? ¿Acaso es ignominioso decirles empleada doméstica? ¿Vas a rebajar a una persona porque te refieres a su oficio con el nombre del oficio? ¿Vas a avergonzarla? Hablar de la empleada doméstica no tiene nada de vergonzoso. Lo que resulta falso y humillante, de cierta manera, es pretender ofrecerles una familiaridad de mentira, llamándolas nanas, en circunstancias que ellos no forman parte de la familia. Porque la de verdad de las verdades es que, a la hora de los quiubos, la empleada sigue siendo la empleada, la llames nana, Pepa o Clotilde. Se trata de una persona que has contratado para que trabaje en tu casa y no una "nana" que puedes disfrazar de Barbie con delantalcitos de encaje, y tratarla con desdeño al mismo tiempo."
"La Rebelión de las Nanas".
Subercaseaux, Elizabeth.
Editorial Grijalbo S.A., Chile
Primera Edición, agosto
Año 2000
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