Durante muchos años me preocupé de ir al gimnasio. Este año fue la excepción. Entre el cambio de casa, trabajos inestables y poco tiempo, no tuve tiempo ni plata para dedicarme a hacer ejercicio.
Vendí la elíptica, las mancuernas están en algún rincón de la casa esperando que las retome... se vino encima el verano y aquí estoy, escribiendo acostada. El fin de año me ha pasado la cuenta y estoy cansada... y floja. Llegar a casa fue durante los últimos meses, hacer el almuerzo para el día siguiente y ver la novela, para posteriormente acostar a mi hija y dormirme con ella. El cansancio (o flojera o falta de ánimo en algunos momentos) me ganaron por sobre la necesidad de mantenerme en forma... las formas no las pierdo en realidad, un par de kilos de más y uno que otro músculo más suelto son la realidad a la que me enfrento día a día frente al espejo.
Conversaba con una amiga y razonábamos que a estas alturas, con tantas preocupaciones a cuestas, hay cosas que pierden prioridad y una de ellas es tratar de mantener el cuerpo de los 20 a los 30, cosa que para algunas no es imposible, pero para nosotras es una alternativa que muchas veces pasa a segundo plano.
Esto no quita que tengamos que olvidarnos. Cuando el pantalón empieza a apretar hay que detenerse un momento y pensar si estás dispuesta a cambiar tu talla de pantalón o hacer un mini esfuerzo por mantenerla. Yo prefiero la segunda opción, principalmente porque no estoy dispuesta a renovar mi clóset solo por descuido en la ingesta de comida.
Espero que los masajes que comencé, más las sesiones de plataforma vibratoria que compré, sumadas a la inscripción al gimnasio de mañana, me devuelvan las ganas de entrenar, de volver a hacer deporte, a preocuparme de mí un poquito más. Creo que ya es hora.
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